17 de abril de 2010

LA PASIÓN GRIEGA

Y como la historia es cíclica y todo glorioso imperio nace, llega a su cénit y después muere y se arrastra durante siglos de decadencia para de nuevo renacer de sus cenizas, la veleta dirige su mirada a Grecia, país de rabiosa actualidad y, quién sabe si en vísperas de resurgir como en antañas épocas de luz y sofía.

Porque qué sería de la cultura occidental sin la impronta dejada en el camino por los antiguos griegos, interesante legado, indudablemente, que quizás necesite de una actualización o de un resurgir tal y como anteriormente hemos planteado.

Parece claro que el modelo democrático (heredado de la antigua Grecia) es el que se ha consolidado, aunque habría que revisar ésto con mayor detalle. No son la misma cosa las democracias a la europea, garantistas de libertades y de protección social por igual que las pseudodemocracias ordenadas asiáticas, más cercanas al esclavismo tecnológico que a otra cosa; y entre unas y otras, un amplio espectro de casos, cada uno de ellos con sus particularidades: repúblicas bolivarianas, plutocracias yanquis, paraísos fiscales subtropicales, espiocracias exsoviéticas...

Incluso el término aristocracia, actualmente asignado a esa clase terrateniente de vagos y asiduos al papel couché, se ha prostituido.
Cuán distinto del significado original, del griego aristoi (los mejores), el gobierno de los mejores o de los mejor preparados para ello, tema que retomaremos en futuras entregas por su vigencia.

Y qué decir de la justicia, conforme a la idea de dar a cada uno lo que le es debido (ya sea distributiva o commutativamente) y no como un ente ajeno al pueblo, politizado hasta la extenuación, exclusivo, arcaico y carente de su propia esencia.

De todas maneras y volviendo más a lo terrenal, lo que más urge en estos momentos es recuperar el antiguo concepto que se tenía en la cultura helena de la política y la res pública.
La política o gobierno de las polis (ciudades), cuyo fin no era otro para Aristóteles que el bien común.
Sí, he dicho bien, el bien común y no el bien particular, como observamos a diario en las sonrojantes portadas de los medios de comunicación decentes.
Pero no sólo éso, el bien común entendido como el remar en la misma dirección cuando las cosas pintan mal y no como una continua petición de cabezas a diestro y siniestro para quién sabe si en un futuro encontrar un terreno baldío y sin abonar; o como una continua negación de lo objetivamente positivo y necesario.
De cortar cabezas ya se encargará o no el pueblo soberano, pero mientras dure la empresa que no tiene otro objetivo que el ya mecionado, lo único que importa es ésto y no el cambio de cartas que tarde o temprano llegará, porque no hay gobierno, imperio o dictadura que dure para siempre y sí decisiones y actuaciones que puedan estrangular el objetivo máximo y más noble de la política en detrimento de todos.
Porque es el bien común y no otra cosa lo que debe impulsar a tantos héroes anónimos a lo largo y ancho de tantas casas del pueblo localizadas a lo largo y ancho de tantos pueblos, ciudades o entidades de población para realizar ese trabajo impagable e incansable de luchar por conseguir lo mejor para todos.
Es ésto y no la avaricia, el engorde de la propia hacienda a partir de la común, el ascenso en esa supuesta maraña burocrática administrativa o la confrontación en sí como necesidad patológica.

Actualmente, la UE y el FMI piensan en un rescate de Grecia para que su economía no se hunda y afecte a la zona euro, siguiendo escrupulosamente los designios y oscuros tejemanejes que dicta la reserva federal de los EEUU (los verdaderos chupasangres del endeudamiento mundial).
Pues bien, la veleta que por imperecedera ha visto caer y renacer imperios a lo largo de los años y centurias, exclama con voz clara y suficiencia altiva: "que sea Grecia la que rescate al resto de la humanidad".

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