1 de marzo de 2008

ENTERRAR LA CRUZ

La veleta domina los cielos vigilante, lanzando su narcótico dardo hacia el macabro símbolo de la cruz, que se erige en camino y guía para la salvación divina y en instigador del sufrimiento terrenal.

Cruz genocida, observadora impasible y pasiva de epidemias mil veces peores que las narradas en los antiguos escritos; origen actual de empinados calvarios de desnutrición y hambruna.

Cruz egoísta, por ser ésta pasaporte para otra vida, no dejando lugar para la sacra ciencia, aligeradora del peso inexorable de la misma. Satánicas pócimas para combatir plagas, proporcionar alimentos o calmar agonías y sufrimientos innecesarios, que se topan con la cruda realidad de la crucifixión por parte de los abogados del crucificado.

Cruz hipócrita, por amasar fortunas aun suponiéndose humilde, por castigar libertades aun cuando en su germen fue reivindicativa, por embustera aun teniendo como pilar básico la verdad.

Por esta y por muchas razones más, enterremos la cruz para siempre para que deje de ahogar la libertad, satanizar la ciencia y ser cómplice de la miseria y, si no es posible enterrarla, dejemos de financiarla, que algunos ya han llegado demasiado lejos.

La veleta no irá al cielo porque ya forma parte de él... la veleta no rinde culto a cruz alguna, salvo a la cruz del campo.

1 comentario:

Daniel dijo...

¡contemplad esas tiendas que esos sacerdotes se han construido! Iglesias llaman ellos a sus cavernas de dulzona fragancia.
¡esa luz falsa, ese aire que huele a moho! ¡Aquí donde al alma no le es lícito elevarse volando hacia su altura!
Su fe, por el contrario, ordena esto: «¡De rodillas subid la escalera, pecadores!»
Ellos llamaron dios a lo que les contradecía y causaba do­lor ¡Y no supieron amar a su dios de otro modo que clavando al hombre en la cruz!
Signos de sangre escribieron en el camino que ellos reco­rrieron, y su tontería enseñaba que con sangre se demuestra la verdad.
Mas la sangre es el peor testigo de la verdad; la sangre enve­nena incluso la doctrina más pura, convirtiéndola en ilusión y odio de los corazones.
Y si alguien atraviesa una hoguera por defender su doctri­na, ¡qué demuestra eso! ¡Mayor cosa es, en verdad, que del propio incendio salga la propia doctrina!
Quien vive cerca de ellos, cerca de negros estanques vive, desde los cuales canta el sapo su canción con dulce melancolía.
Mejores canciones tendrían que cantarme para que yo aprendiese a creer en su redentor, más redimidos tendrían que parecerme los discípulos de ese redentor!