1 de noviembre de 2008

EL FIN DE UNA ERA

La veleta, que todo lo ve, mira con preocupación y esperanza el fin de una era y el comienzo de otra.

Y es que todos los analistas políticos coinciden: estamos en una época de crisis mundial galopante que a su vez supone un importante punto de inflexión dentro de la historia de la humanidad.

El comunismo, caído el día en que Moscú amaneció sin mantequilla (o Berlín sin muro), dio alas al thatcherismo que tan impúdicamente había plantado en los ochenta los cimientos de una nueva y salvaje concepción de la economía: la libertad de mercado por encima del bien y del mal.

Así pues, el neoliberalismo ha campado a sus anchas desde entonces, combinando épocas de florecimiento y de decadencia. La ausencia de leyes al respecto, ha derivado en el caos que actualmente asola la humanidad.

Al igual que en el crash del 29, la historia se repite: la permisividad en el mercado ha traído consigo el deseo de enriquecimiento por parte de la clase económica dominante y sus consiguientes efectos nefastos para la economía, pagando la factura de dicho desaguisado el resto de contribuyentes.

Una vez más, los antiguos griegos nos dan la clave. Para Aristóteles, la virtud estaba en el término medio (que no en el centro). Nada más lejos de la realidad: el control absoluto del mercado por parte del estado (llamémoslo comunismo) fracasó hace ya un tiempo y la ausencia de control (neoliberalismo) ha fracasado también ahora.

También se puede ver con otra óptica no menos inquietante.
Afganistán ha acabado tanto con la Unión Soviética como con el imperialismo estadounidense, minando sus economías hasta límites insospechados, con lo cual se puede sacar una conclusión clara de lo acertado de invadir países... y en concreto ciertos países.

Y que no se intente confundir a la gente por mucho que neoliberalismo y libertad tengan similitudes fonéticas: nada más lejos de la realidad.
La libertad de mercado no lleva intrínseca la libertad de pensamiento y obra.
Tampoco debe ser el cénit de la humanidad la libertad en sí: si ésta no va acompañada de una calidad de vida, de una ciudadanía al uso, deja de tener sentido como tal.
Para nada quiere la libertad un niño africano que no tenga un mendrugo de pan que echarse a la boca ni un pobre trabajador eslovaco que tenga que trabajar 65 horas semanales por obra y gracia del parlamento de Estrasburgo (con la connivencia de la derecha europea).

Por esta razón, creo que ha llegado el tiempo de echar el freno y replantearse el futuro.
En el contexto internacional actual, palabras como paz, desarrollo sostenible, investigación científica, justicia social, redistribución de la riqueza y socialdemocracia deben ser el estandarte que nos ayude a caminar juntos a partir de ahora.

Se hace necesario de una vez por todas erradicar el hambre que afecta a una gran parte de la población mundial, buscar formas eficientes y limpias de energía para el futuro, prever las necesidades de materias primas que pronto asfixiarán a la humanidad y controlar de manera inteligente y responsable la economía mundial.

La veleta, que todo lo ha visto, puede clamar al cielo sin temor a equivocarse: días de borrasca, víspera de replandores.

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