9 de enero de 2008

DISCURSO DE GRADUACIÓN

He aquí el discurso de graduación, que leí desvergonzadamente en una mañana de verano ante mis profesores, compañeros de facultad y familiares, los cuales permanecieron en todo momento atónitos ante tamaña ida de olla:

"La química, ciencia empírica por excelencia; creadora de alegrías y quebraderos de cabeza varios; directa y manipuladora para mal o para bien de todo lo relacionado con los servicios y necesidades que afectan al hombre.

Éste es un manifiesto en defensa de la química como ciencia y, sobre todo, del químico como profesional y persona.

La palabra química, con todo lo que conlleva, ha llevado durante buena parte de la historia una pesada cruz creada por la escasez de cultura y magnificada hoy en día por ciertos movimientos sociales e intelectuales baratos, pero en la onda.
Se respiran en el ambiente trazas de belicosidad incontrolada y contaminante, curiosamente de origen medioambiental, que dan una apocalíptica idea de la realidad, en la que la química juega el papel de anticristo y verdugo de la humanidad.

Posiblemente se hayan cometido errores históricos de impronta viva y dolorosa; seguramente. Éste es uno de tantos riesgos que se ve obligada a correr la civilización en su avance vertiginoso y alocado.
No podemos satanizar esta doctrina del saber por unos hechos puntuales, que no son sino insignificantes hojas que caen en un río de ayuda desinteresada al hombre y a su calidad de vida.

La química lleva asociado un peligro inherente, no nos engañemos, pero a años-luz del peligro microbiológico, del cual nos previene y nos salva.
No recuerdo en la historia de la humanidad una herramienta tan útil y que haya proporcionado tantos beneficios desde el punto de vista material y desde el punto de vista social: fármacos, aditivos alimentarios, plásticos, fertilizantes, explosivos, detergentes, plaguicidas... y un largo etcétera de bondades indudables para el hombre, a veces no reconocidas del todo por la sociedad.
Con ésto último quiero referirme a la que, para mí, es una de las batallas más injustas que se ha librado jamás: la de los conservantes. Los conservantes no son sólo una garantía de que el alimento va a conservar gran parte de su calidad cuando llega al consumidor, sino que en muchas ocasiones nos previenen de colonizaciones microbianas de fatales consecuencias en el hombre.
El eslogan “sin conservantes ni colorantes” me trae a la mente escenas pretéritas de intelectuales y hogueras proporcionando episodios históricos bochornosos. No tropecemos otra vez con la misma piedra, no ahora que la cultura es patrimonio de todos o casi todos.

Por otra parte, hay que asumir la parte de culpa que la química, en su papel de herramienta estrella, tiene en el deterioro ambiental, culpa que es asumida y subsanada por la propia química que, junto con otras disciplinas como la biología y la bioquímica, nos proporciona avances tecnológicos en busca de procesos y síntesis más selectivos y limpios.

Y es que no ayuda más al futuro de la humanidad el que más alto grita o el que más se indigna sin conocimiento de causa, sino el que participa activamente en la supresión racional de los errores añejos y puntuales y en este punto el químico tiene mucho que decir y a muchos que callar.

Así pues, existe en el interior de todos nosotros (presentes o futuros químicos) una bola a punto de estallar, mezcla de virtuosismo, potencialidad y responsabilidad; una sensación de hormigueo interior, que es como el despertar de un letargo interminable que nos aleja para siempre de la mediocridad profesional y humana preponderante.
Es la luz de la cueva platónica, la superación del superhombre o, simplemente, la consciencia transparente de la inmensa capacidad de interactuar con el entorno y cambiarlo a nuestro antojo, pisando el terreno me atrevería a decir a antiguos líderes religiosos y deidades de todas las índoles.

El químico es virtuoso, pues ha elegido libremente ser el pastor divino de la naturaleza y se ha formado con calidad, pues el contenido es exquisito y variado, aunque no siempre la forma.

El químico tiene una potencialidad, mezcla de inherente y aprendida, de crear, destruir, modificar e invertir y no hay potencialidad más elevada que ésta.

El químico es responsable, pues sobre sus hombros recae parte de la tarea de ayudar a la humanidad en su avance sin escalas, de proporcionar un todo coherente y reglado y de curar la mediocridad de las críticas sin fundamento con hechos, repetidos hechos que conforman un amplio espectro de la cultura y ciencia humanas y que muestran resultados innegables e incontestables.

Así pues, no me queda más que desear suerte en el futuro para, como dice el tópico presente en muchos currículums, tengamos un pleno desarrollo personal y profesional en nuestro puesto de trabajo y así poder liberar ese sentimiento incontenible, que nos es común.

No quisiera despedirme sin recordar a nuestro compañero Mario, al que perdimos el año pasado. Sin duda, a todos nos hubiera gustado que hoy estuviera presente y sin duda este discurso va dedicado a él.

Muchas gracias."

Ahí queda eso.

2 comentarios:

Fátima Ramírez Cerrato ~ Mernissi~ dijo...

Hola Rambleño!!
Cuanto tiempo :-P

Acabo de descubrir tu migración de MSN a Blogger ... yo mantengo el MSN y también me he ido a Blogger ... en finssss ... cibermodernizarse o morir, ¿no?

Un abrazote desde Córdoba y man que sea en los Madriles .... a ver si nos tomamos unas birras!!!

Antonio Miguel dijo...

¿Tú te crees que con mucho menos de un escrito al mes eres un bloguero en condiciones?
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