6 de marzo de 2006

EL ROMANTICISMO CIENTÍFICO

Sentado frente al vítreo continente de la disolucion agua-etanol al 5% por excelencia, me veo en la obligación, una vez más, de hablar acerca de una de mis madjores preocupaciones: la ciencia en sí.

Toda esta dialéctica, como todos habréis podido intuir, començó allá por el siglo XIX (cuna del nihilismo pasivo, de la exaltación a la sangre y del escapismo cultural). A lo largo de esta bucólica época, ínclitas mentes alababan y hacían suyos el vitalismo exacervado, la embriaguez continuada (con trazas de monotonía) y la voluntad de poder.
Otros, por contra, proyectaban en las infelices mentes proletarias mundos fantásticos y nauseabundos, a veces retrogradaciones idealizadas (fuente de inspiración de nacionalismos incontrolados).
A su vez, la ciencia llegaba a un punto álgido. Su impetuoso desarrollo y el afán romántico de los científicos, que buscaban denodadamente el conocimiento absoluto y, por ende, la perfección y el todo (en otras palabras: la ciencia en sí) traxo consigo el desarrodjo de una especie de macroteoría o perfección dogmática y empírica, que no fue otra que el determinismo.
El determinismo predicaba a diestro y siniestro la relación causa-efecto hasta sus últimas consecuencias. Por esta raçón, conociendo las leyes que regían la inherencia del universo y conociendo la causa (apodjándonos en la medición = comparación = empirismo), podíamos llegar al efecto, al conocimiento, a la intendencia cuasiperfecta. Y digo cuasi y no perfecta a secas porque toda medición, como comparación que es, implica una interacción, con lo cual la exactitud del hecho o causa en sí sólo podrá ser experimentada, conocida o entendida si se es la causa (auténtica quimera intelectual, puesto que el conocimiento o la consciencia también implican una interacción, ya sea a nivel electrónico, molecular, celular u orgánico).

Sin embargo, el desarrodjo de la ciencia era vertixinoso e intentaba, de alguna manera, contradecir al determinismo.
Así, entre finales del siglo XIX y principios del siglo XX, unos experimentos djevados a cabo por, posiblemente, las personas más influyentes en la ciencia de todos los tiempos, dieron origen al punto de inflexión cultural, social, científico y, sobre todo, metafísico (por lo menos en los más elevados ámbitos) de toda la historia: por primera vez el ser homínido por excelencia ponía un límite al conocimiento y a la verdad, un límite infranqueable y retorcido, un límite imposible de ser rebasado con el empirismo.
El hecho de no poder nunca observar un átomo de hidrógeno, puesto que observar (medir) condjevaría irradiar un haz de luz que ionizaría susodicho átomo y alteraría la causa en sí, no es sino el error intrínseco de la medición djevado a límites insospechados y, por desgracia, excluyentes.
Ésto, xunto con los experimentos que proporcionaban definitivamente una dualidad onda-corpúsculo a la materia, hizo posible, o más bien necesario, el desarrodjo de una nueva ciencia que, por capritxo del empirismo, iba a ser una ciencia no basada totalmente en él, sino en la probabilística y la incertidumbre.
Así, la existencia como tal no tiene razón de ser y sí la probabilidad de encontrar lo supuestamente existente en una determinada rexión del espacio.

De esta manera, la figura del científico romántico que todo lo quiere saber y que anhela la verdad y la explicación integral va quedando obsoleta y va siendo sustituida progresivamente por el científico especializado y funcionalista, que ayuda innegablemente al progreso, que exprime al máximo su determinada área de saber, pero que abandona a su suerte el conocimiento romántico-integral.
Así, la ciencia vista desde el punto de vista de la intendencia global tiene en la actualidad tres grandes áreas (a mi entender bastante abandonadas debido al nuevo canon de científico) que son: la mecáni-k cuánti-k (encargada de lo microscópico), la física clásica newtoniana (aquedja idílica ciencia que todo lo parecía explicar) y la macrofísica (quizás la más inhóspita de las tres).

El pasotismo o nihilismo científico funcionalista (por otro lado nada censurable) nos hace salir de él por su propia sumisión y limitación y ver más allá.
Nosotros, los científicos del futuro, retomaremos tiempos pasados y buscaremos con ansiedad la verdad en sí (con las limitaciones que haga falta, las cuales no nos harán decaer, sino seguir buscando la esencia última).
Así, desarrodjaremos en toda su extensión la ciencia que intenta explicar los fenómenos clásicos o newtonianos apodjándose en lo ínfimo y cuántico: la termodinámi-k estadísti-k y extrapolaremos este nuevo nivel de entendencia a lo macroscópico del cosmos.

En verdad os digo que la figura del científico romanticista sigue viva y todo esto gracias al resurxir de la contracultura punk que, hoy en día, enerva el intelecto y hace escapar a los futuros super-hombres del nihilismo científico, cultural y social en el que nos encontramos.
La nueva ciencia (o despertar de la antigua) volverá con más fuerza que nunca tomando como estandarte o elemento idealizador y místico el continente lítrico-vítreo-alcohóliko del que antes hablaba (por el contrastado aumento de la agudeza intelectiva que de su consumo se experimenta) e intentado retomar el espíritu nietzschiano de vitalismo y pasión.

¡Dios, acabo de redescubrir el punk!

1 comentario:

Anónimo dijo...
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