25 de marzo de 2006

PROTOHISTORIA

Tiene cojones que un bético pa más inri cordobés sea el más afectado por las proclamas neonazis que los aficionados del Atlético de Madrid refirieron al equipo de Nervión el pasado jueves 23 de marzo. A mi modo de ver, el cántico "sevillanos: yonkies y gitanos" es una ofensa para todo el pueblo andaluz y nos da una idea muy clara de la lacra social que baña la capital de España.

En esta época en que están de moda los nacionalismos y las reformas estatutarias, mucha gente censura las posturas más radicales y simbólicas de dichos movimientos, ya sea la denominación de la comunidad autónoma (que en nada mejora la calidad de vida de sus conciudadanos), ya sean los himnos o las banderas. Estas críticas, a mi entender, están totalmente justificadas, pero están desigualmente focalizadas.
Habitualmente se habla del nacionalismo catálán, vasco, gallego e incluso andaluz, pero no nos queremos dar cuenta del peor de los nacionalismos: el nacionalismo español, el más fascista y excluyente y el menos respetuoso con la diversidad.

Este tipo de nacionalismo (que cogió fuerza durante el franquismo) ha sido tan nefasto para la historia de España que es la causa de la aparición de ETA, el abanderado de la miseria y del atraso del que aún se recupera el país y el precursor de una radicalización de los sentimientos de autodeterminación.
Es el mismo nacionalismo xenófobo que llena nuestras ciudades (que no nuestros pueblos), que planta una vergonzosa banderola de un tamaño insultante para los ojos en pleno centro de la Castellana (a la cual sólo le falta el pollo) y el mismo que insulta a los que no piensan como sus seguidores: una España grande y libre.
En este carrusel de insultos, el nacionalismo español ataca también a los andaluces, que siempre nos hemos sentido amantes de España y de los españoles en toda su extensión: desde La Guardia a Irún y desde La Junquera a Ayamonte, que no sólo la rancia Castilla es territorio español.
Porque los sentimientos de autogobierno andaluces poco tienen que ver con banderas y milongas, sino con todas las injusticias y miserias que dejó el susodicho nacionalismo liderado durante tanto tiempo por el Generalísimo desde la capital del Estado.

Así, no es de extrañar que cuando se votó el Estatuto de Andalucía allá por la época de los 80, éste tuviera más afluencia en las urnas que el vasco, catalán y gallego, pues no hubo tamaña opresión en la historia de España como la padecida por el pueblo andaluz, que me río yo del victimismo de Arzallus y de su teoría de la opresión española.
Y a este Estatuto tenemos mucho que agradecerle los profundos cambios que han sufrido los pueblos de Andalucía (que no las ciudades, todo hay que decirlo). Por eso, el nuevo Estatuto que se desarrolle en el Parlamento Andaluz (una vez conseguidas las cotas de bienestar que anhelábamos desde el comienzo de los tiempos) debe ser el texto que impulse la industrialización y la investigación en nuestra tierra y mejore la educación y la sanidad pública (que tienen serias lagunas en lugares puntuales de la geografía andaluza).

Como resumen yo diría un no rotundo a los nacionalismos (incluido el español) y un sí a las reformas estatutarias y constitucionales, siempre que cuenten con el apoyo del pueblo.

Y que no se me olvide: un mojón para los fascistas que gritaron en contra del Sevilla F.C. el otro día, que sin ser el equipo de mis amores, me siento más identificado con él que con cualquier equipo de por encima de Despeñaperros, pues pertenezco a Andalucía, que un día se levantó para pedir tierra y libertad y hoy se tiene que levantar mirando de tú a tú a otras comunidades del país para decir: vamos a por más, vamos a ser la élite de España y Europa, y lo vamos a conseguir.

Musho Betis.


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